
VÍCTOR LORENZO CINCA (Balaguer, 1980). Los micros pertenecen al libro “Cambio de rasante”, Editorial Enkuadres, 2015.
CÁNSATE CONMIGO
No puedo quedarme collado: me gastas. Quiero hacer el humor contigo, que fallemos como animales. Y luego, si quieres, nos coseremos. Y haremos un viejo, donde tú profieras. Jamás me iré de tu lodo, por muy mal que lo posemos. Veremos la tela de plasma, tarados en el sofá, enlozadas las monas. Dedicaré mi veda a hacerte feliz. Y tendremos un ojo, o dos, y procuraremos que cometan los mismos horrores que nosotros. No te quedes ahí pirada. Ven. Sógame.
CONVIVENCIA
Al poco de compartir piso, dejaron de conversar como solían. Atrás quedaron aquellas largas charlas de madrugada, en las que iban conociéndose uno al otro, y más lejos todavía los cafés plagados de confidencias y secretos, sin relojes ni rutinas. Pasaron del cariño qué tal te ha ido el trabajo al silencio en apenas semanas, hasta acabar convertidos en dos extraños cohabitando bajo el mismo techo. Tanto llegaron a desconocerse que un día se encontraron en el pasillo, se presentaron y quedaron para cenar. Ahora, enamorados hasta la náusea, están pensando en irse a vivir cada uno a su casa.

Oír radio
Oír radio es lo más parecido que hay a escribir o leer. P.Q.
En la calle donde yo vivía había una casa que siempre estaba cerrada. ¡Herméticamente cerrada! ¡Nunca se vio a nadie entrar o salir de ella! Pero se decía que allí vivía un ancianito que era escritor. Constantemente, a toda hora, de día y de noche, se oía sonar una radio en su interior. En las noches y madrugadas la radiecito despedía su aroma sonoro, que se metía, como el perfume de una extraña rosa, en todas las casas del barrio. Hasta que un día decidí averiguar. Escalé el muro y salté al interior de la casa. Cuando caí produje un ruido parecido al de los mangos maduros al estrellarse contra la tierra húmeda. Enseguida, el viejito, que oía radio sentado en una mecedora, al lado de una muda planta de grandes hojas en forma de corazón, giró su cabeza hacia mi como una nariz que busca un aroma en el aire. Entonces vi sus grandes lentes oscuros: era ciego.
Autor: pedro Querales
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